domingo, 1 de enero de 2012

Costumbres de celebrar el Año Nuevo

En algunos lugares, el comienzo del año se festeja con la tradición de las
12 uvas: en el sitio que ocupa cada comensal se coloca previamente un
pequeño frutero con 12 uvas y, de acuerdo con el ritual, se debe comer una
uva por cada una de las 12 campanadas del reloj. El significado de este
ritual se relaciona con las aspiraciones y anhelos de cada participante y
con el deseo expreso de que se conviertan en realidad. A continuación, se
sigue con costumbres más habituales: comienzan los brindis, se exponen los
buenos propósitos de alcanzar alguna meta específica hasta que, entonces sí,
se disfruta de la cena de fin de año. Aflora así la añoranza de un año que
termina y la esperanza de alcanzar mayor éxito durante el año que comienza.
Tarde o temprano, todos los pueblos del mundo se dieron cuenta de que,
trascurrido cierto tiempo, las estaciones solares repetían su cauce luminoso
Los cultivos volvían a crecer y las lluvias retornaban para regar las
nuevas semillas. Así, el hombre fue constatando el eterno retorno hacia el
punto inicial.


Hace 4000 años los babilonios vieron en esta repetición de las estaciones un
motivo digno de celebrarse e instauraron un ciclo festivo que dejaría corta
la juerga más movida de nuestra época: eran 11 días de celebración, que
comenzaban cuando la primavera describía sus primeros trazos entre los
jardines colgantes de Babilonia.
Los egipcios también recibían con algarabía las señales que preludiaban el
nuevo año. Su rostro se tornaba festivo cuando llegaba el ansiado momento en
que el río Nilo empezaba a crecer y el caudal se hacía propicio para la
siembra. Entonces, la tierra era labrada con confianza en los tiempos
venideros.
Desde siempre, el nuevo año ha significado el festejo de un triunfo
inexistente, una victoria que se desea pero aún no ha ocurrido, un elogio a
la esperanza que se renueva cada 365 días.
En las diferentes culturas de todos los tiempos los cambios de ciclo han
llevado implícitos ritos que atraen salud, amor y dinero, los tres pilares
básicos de la felicidad del hombre. Por eso, no es extraño encontrar ritos
ancestrales, propios de cada cultura y pueblo, que busquen la felicidad, el
éxito y la abundancia.
La espera de fin de año es especial en Venezuela. Antes que den las 12, las
familias se reúnen en sus hogares y preparan la hallaca, una especie de
humita exuberante, repleta de condimentos y relleno especial, que se regala
a los amigos durante la noche de víspera de Año Nuevo. Es una forma de
reafirmar la amistad y de desear buena suerte para el próximo año.
En Alemania desafían al destino mediante la “ceremonia” del bleiglessen.
Este ritual consiste en develar los misterios del futuro con una barra de
plomo. El plomo se pasa por una soldadora, se funde hasta hacerse agua y las
gotas plateadas se vierten en un vaso cuando el alba empieza a despuntar. El
plomo líquido se vuelve sólido nuevamente y alcanza formas extrañas que -con
una buena dosis de imaginación germánica- pueden predecir lo que depara el
mañana.
Los escoceses festejanen el Hogmanay. El procedimiento es sencillo: se busca
un barril de madera, se le prende fuego y se lo pone a rodar por las calles.
Según dicen, es para permitir el paso del nuevo año. Además, después de
medianoche, llega el momento de presentar su “primer pie”. A esa hora van a
ver a sus allegados para desearles feliz año nuevo y les ofrecen un trago de
whisky y un pedazo de pastel de avena. Los más viejos se quedan y esperan
que el “primer pie” en sus casas sea el de una persona bella y alta y, sobre
todo, de cabello negro (que trae suerte).
En Rumania las mujeres solteras suelen caminar hacia un pozo, encender una
vela y mirar hacia abajo. El reflejo de la llama dibujará en las oscuras
profundidades del agua el rostro de su futuro esposo. Las que se quedan en
sus casas toman una rama de albahaca y la colocan bajo la almohada: el sueño
de esa noche tendrá como protagonista al hombre que las espera.
Umbanda es una religión practicada en Brasil, fruto de una mezcla de ritos
africanos y que genera la fiesta de Iemanja. Las playas se llenan de gente y
los cantos religiosos inician la ceremonia en honor a Iemanja. Incluso los
que viven retirados en el campo viajan hacia la costa para realizar ofrendas
al mar, que la mayoría de las veces son flores en pequeños barcos de madera.
Los participantes llevan trajes de colores diferentes cada año (en función
del santo que “gobernará” durante esa nueva etapa), bailan y cantan. Le
rezan a la santa y piden deseos.
En Bahamas la fiesta del Junkanoo se romonta a los siglos XVI o XVII y tiene
lugar en honor a John Canoe. Este propietario de plantaciones era bondadoso
y permitía a sus esclavos tomarse algunos días para la Navidad. Ellos
festejaban con danza y música africanas. Esta celebración hoy en día se ha
convertido en un gran desfile formal y organizado, con disfraces
sofisticados y músicas con mucho ritmo. Se realiza un cortejo de bailarines
enmascarados en trajes coloridos y luminosos. Por grupo, los participantes
eligen un tema y confeccionan sus trajes en función del tema retenido. Pero
un solo grupo gana y es premiado al final de la ceremonia.

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