Si tiene las arterias deterioradas, tomar medicamentos o someterse a
operaciones (bypass, angioplastia, trasplantes…) tan sólo va a resolver
el problema de manera provisional.
Estas intervenciones sólo son eficaces en casos de urgencia, como
infartos, trombosis, determinados accidentes cerebrovasculares (ACV) o
ante el riesgo inminente de un accidente vascular; pero el único modo de
tener a largo plazo un corazón y unas arterias sanos es cambiando el
modo de vida: practicando ejercicio físico, cuidando la alimentación y
dejando de fumar si es que lo hace.
Los medicamentos contra el colesterol no funcionan
Tómese una estatina, un medicamento contra el colesterol y ¡bum!, su
tasa de colesterol en sangre bajará de golpe entre un 10 y un 30%... sin
modificar un ápice sus hábitos ni incluso la alimentación.
Pero, ¿ha disminuido con ello su riesgo de morir? Por desgracia, no. Y es que las cosas no son tan sencillas.
Lo único que consiguen las estatinas es impedir que el hígado fabrique
colesterol, pero no reducen el riesgo cardíaco, ya que los accidentes de
este tipo, en la mayoría de los casos, están provocados por un coágulo
sanguíneo que tapona una arteria. Y el colesterol no interviene en
ningún caso en la formación de este coágulo, así que bajar la tasa de
colesterol no disminuye el riesgo de accidente vascular.
Más bien lo contrario; como el colesterol es una molécula esencial para
las paredes celulares, reducir la tasa de colesterol en sangre podría
incluso hacer que las células sean más frágiles y, por lo tanto, que lo
sean las arterias. A las estatinas (contra el colesterol) se les acusa
hoy en día de aumentar el riesgo de accidente vascular cerebral –AVC-
hemorrágico (sangre que se extiende por el cerebro tras romperse una
arteria, lo que puede acabar provocando la muerte o dejar graves
secuelas, como parálisis), y se sospecha que favorecen el cáncer.
En los medios de comunicación destinados al público en general, leerá
que el problema procede del colesterol, que reduce el diámetro de la
arteria, como si el colesterol se depositara en la arteria como la cal
en una tubería. Pero se trata de un mito que carece de toda base
científica y médica.
Las arterias enfermas son cada vez más estrechas (decimos que se
“estenosan”), pero esta estenosis no está provocada por una acumulación
de colesterol, sino que su causa es la esclerosis de la arteria, que
cicatriza a fuerza de recibir agresiones. En el interior de esta
cicatriz se acumulan cristales de colesterol, hierro y calcio, lo que se
llama “ateroma”. Los médicos han bautizado al conjunto formado por
ateroma y esclerosis como arterioesclerosis, pero eso no es colesterol.
Es decir, el colesterol en sangre no es la causa de la arterosclerosis,
únicamente entra en la composición del ateroma, pero no representa en
conjunto más que el 10% de la arterioesclerosis.
Por eso, luchar contra el colesterol es tan poco eficaz para reducir la arteriosclerosis.
Las agresiones contra la pared de las arterias se dan por el
envejecimiento, el humo del tabaco, la contaminación, una mala
alimentación y la falta de ejercicio físico, ya que esta pared está
protegida por una capa de células muy sensibles a estos factores: el
endotelio. En particular, practicar ejercicio físico de manera regular
permite al endotelio regenerarse. Pero si deja que el endotelio se
degrade, va a ser inevitable que las arterias se vean afectadas por la
arterioesclerosis.
Ésta es la consecuencia de un problema relacionado con el modo de vida,
el sedentarismo y una mala alimentación, y se combate no con
medicamentos, sino con una buena alimentación y una buena higiene de
vida, que incluya la práctica regular de ejercicio físico.
La dieta que ha demostrado que funciona contra las enfermedades cardíacas
La buena alimentación contra la arterioesclerosis no consiste en
absoluto en intentar disminuir la tasa de colesterol. Todos los intentos
clínicos rigurosos que han tratado de reducir la tasa de colesterol de
los pacientes para disminuir su mortalidad han fracasado, ya sea por la
alimentación o por los medicamentos, y esto tiene una base científica.
En cambio, sabemos que hay una dieta alimentaria que disminuye drásticamente el riesgo de accidente cardíaco.
En Francia, en la década de 1990, se desarrolló el estudio clínico más
riguroso y más eficaz en este campo, que demostró los efectos de una
dieta alimentaria para reducir la mortalidad en personas que sufrían
enfermedades del corazón y las arterias.
Este estudio, llamado
Lyon Diet Heart Study (estudio de Lyon),
fue dirigido por los doctores Michel de Lorgeril y Serge Renaudin. Los
resultados se publicaron en 1999 en la prestigiosa revista médica
The Lancet,
e indican que la dieta mediterránea tradicional para pacientes que han
sobrevivido a un primer infarto de miocardio reduce entre un 50 y un 70%
el riesgo de una nueva complicación cardiovascular y aumenta la
esperanza de vida en aproximadamente un 50%.
Nunca un tratamiento había demostrado -ni ha demostrado hasta hoy- tal eficacia.
Sin embargo, este estudio concernía a personas con muy mala salud, y
ninguna de las personas estudiadas siguió la prescripción del régimen al
pie de la letra. Tampoco se les pidió que practicaran ejercicio físico.
Si todos estos factores hubieran concurrido, los resultados quizás habrían sido todavía más espectaculares.
¿En qué consiste la dieta mediterránea?
En el libro
Cholestérol, Mensonge et Propagande (Colesterol,
mentiras y propaganda), el Dr. Michel de Lorgeril hace un resumen de la
dieta mediterránea que permitió obtener los resultados de los que hablo:
“La dieta mediterránea es una dieta rica en cereales poco refinados,
sobre todo el trigo consumido en forma de pan, pasta, cuscús, etc. Es
rica en fruta y verdura frescas que se consumen según las estaciones.
Las verduras de hoja, en particular, están presentes en todas las
comidas. También es rica en legumbres: judías, habas, guisantes,
garbanzos, lentejas... Las poblaciones mediterráneas consumen frutos de
cáscara (almendras, nueces, avellanas…) y, durante el invierno, fruta
deshidratada, como las famosas pasas de Corinto, pero también higos y
albaricoques. Consumen huevos y también, de forma moderada, pescado y
carne (sobre todo, y en determinadas zonas, aves y conejos). También
consumen productos lácteos fermentados (queso y yogures) en poca
cantidad o moderada, y sobre todo los que se elaboran a partir de leche
de cabra o de oveja. El aceite de oliva es el único aceite que se usa
para cocinar y ni se plantean el uso de mantequilla ni de aceites
poliinsaturados (como el de girasol o el de maíz). Las hierbas
aromáticas (romero, tomillo, orégano), el ajo y la cebolla se usan
ampliamente para preparar las comidas, así como el zumo de limón y otros
cítricos”.
Añadamos a este resumen que esta dieta es rica en omega-3. Se puede
completar el aceite de oliva con aceite de colza (extraído de la semilla
de la planta de la colza), rico en omega-3. El pescado que más se
consume son las sardinas y las anchoas, ricas también en omega-3. Por
último, se recomienda, para las personas que beben alcohol, un buen vaso
de vino tinto al día, rico en excelentes polifenoles (antioxidantes),
protectores de las arterias.
Puede obtener todos los detalles en el libro de Michel de Lorgeril
Prévenir l'infarctus et l'accident vasculaire cérébral,
publicado a finales de 2011, y que incluye doce capítulos sobre la
dieta mediterránea (aunque no estoy seguro de que haya versión en
español; yo lo leí en francés).
El secreto de la dieta mediterránea
Unos investigadores anunciaron el año pasado que habían desentrañado el secreto de la dieta mediterránea
Según ellos, los ácidos grasos insaturados (aceite de oliva, frutos de
cáscara...), privilegiados en la dieta mediterránea en detrimento de los
ácidos grasos saturados (grasas animales, productos industriales…),
interactúan con los nitratos y los nitritos producidos por las verduras,
la otra categoría alimentaria principal de esta dieta. Esta reacción
entre ácidos grasos insaturados y nitratos de las verduras induce la
formación de ácidos grasos “nitro”, que neutralizarían una enzima
implicada en la regulación de la tensión arterial.
De todos modos, se trata de un experimento llevado a cabo en ratones, y
mi opinión al respecto es que es difícil -o incluso imposible- aislar
así un único efecto de la dieta mediterránea como si, en el fondo,
funcionara como un medicamento.
La dieta mediterránea es una manera de vivir bien y de forma sana, y por
eso es beneficiosa para la salud, ya que se aproxima a nuestras
necesidades naturales.
¿Y qué pasa con el gluten?
La dieta mediterránea se lleva la mejor tajada de los cereales y, en
particular, del trigo rico en gluten, que muy a menudo ponemos en tela
de juicio
El Dr. De Lorgeril ha publicado entre tanto un estudio, en la revista
Food Sciences & Nutrition,
en el que, en efecto, lanza una advertencia contra el trigo moderno,
que ha sufrido hibridaciones que provocan intolerancias (6).
Así pues, las personas que no toleran el gluten o que tienen una
enfermedad ligada al trigo moderno deben pasarse al arroz integral para
sustituir al trigo integral, que también tiene un índice glucémico
débil. Tampoco hay que olvidar las leguminosas que, por supuesto, no
contienen gluten (lentejas, judías rojas y blancas, guisantes o
garbanzos).
Lo importante es fijarse objetivos realistas. El estudio del Dr. Michel de Lorgeril incluía a personas que habían
sufrido un infarto. Los pacientes que conformaron el estudio procedían
de Lyon y su región y muchos estaban probablemente habituados a una
dieta rica en embutidos, repostería y carnes en salsa.
No se trataba tampoco de personas interesadas a priori en un modo de
vida espartano y sano, sino más bien lo contrario. Es decisivo que los
consejos nutricionales sean posibles de cumplir para las personas que
pretenden seguirlos. La medicina trata seres humanos, no máquinas.
En cuanto a cambiar el modo de vida, lo más urgente no es aplicar las
recomendaciones íntegramente, sino ir haciendo progresos, en la medida
de lo posible, en la buena dirección.
Hace poco escribí sobre un informe de la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que alertaba sobre la
paulatina pérdida de la dieta mediterránea debido al impacto de los
cambios del estilo de vida y de la globalización entre las poblaciones
que solían seguirla (es decir, nosotros). (7)
Es el momento de recuperar las buenas costumbres ligadas a una dieta que
ha demostrado ser idónea tanto en términos dietéticos como por la
sostenibilidad que representa para el entorno. Y que definitivamente
quienes tienen las arterias deterioradas den el paso que les lleve a
alimentarse mejor y a practicar ejercicio físico.
¡A su salud!
Juan-M. Dupuis