martes, 26 de junio de 2012

Una Danza Etérea

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Dos seres, más allá del Sol, se reunieron en un encuentro casual. Sus cuerpos se atraían mutuamente y cada uno llego frente al otro. Se miraron a los ojos y ardió fuego entre ellos, sus miradas sintonizaron al compás de sus corazones; ya no existía conciencia del lugar que los rodeaba. Lentamente se acercaron y se palparon, para darse cuenta que aquello era real y no un sueño. Se aferraron, cerraron ambos sus ojos y percibieron el viento… comenzaron a danzar.
Cada vez se sentían más livianos y los movimientos eran más sutiles; ya no había ropa que los cubriera, sino un tenue manto cálido que les impedía sentir frío o calor, ya que su sensibilidad se había apagado. Piel contra piel, solamente vibraban en una energía que los estremecía, no de modo superficial, sino que internamente; sí, ellos habían formado un solo ser, pues sus cuerpos se fusionaron de tal manera que ya no eran seres independientes, eran UNO.
Siguieron danzando bajo el brillo solar, dejaron de ser cuerpos que bailaban, ahora era un alma copulada que giraba en torno a los vestigios de materia que quedaban en el suelo. Se elevó hacia el infinito y buscó aquella luz que la llamaba, sí… había llegado al Maná. En ese lugar se encontró con otros seres que le felicitaron y le aconsejaron volver, pues en ese estado si no lograba estabilidad, se desvanecería. Entonces, descendió y retornó al mundo, en forma de gotas de lluvia.
Abrió sus ojos y miró a su amado, quien yacía junto a ella en su cama; él dormía con una sonrisa mientras la abrazaba. Una lágrima recorrió su mejilla y murmuró… "gracias por existir". Afuera llovía.

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