Vivimos dentro de una cultura que no nos permite morir. Todo lo que
sea renovarse, cortar con el pasado, transformarse o hacer cambios, es
mirado como un acto revolucionario y son pocos los que se atreven.
No nos han enseñado a morir lo cual suena paradójico porque si algo tenemos seguro al momento de nacer es que un día moriremos.
La muerte es parte de la vida. Algunas culturas la ven como la
consagración de la existencia y mirada así resulta esperanzador, pero
nosotros, los occidentales vivimos siempre haciéndole el quite a todo lo
que pueda acercarnos a la idea de que un día ya no estaremos más aquí o
de que quienes amamos no puedan seguir acompañándonos.
Vemos la muerte como esa cruel enemiga que nos arranca a nuestros
seres amados cuando en realidad la muerte es una simple mensajera
nuestra a quien la hemos encomendado la tarea de llevarnos una vez que
hemos cumplido el contrato acá en la Tierra. Somos nosotros quienes
decidimos cuando y como partiremos, pero como estamos tan sumamente
dormidos, no lo recordamos.
El alma sabe que un día dejará de vivir la experiencia a través
de este cuerpo y por eso siempre nos está invitando a vivir la vida
intensamente. Pero el ego vive preocupado de que van a decir los demás
si nos alejamos de las formas pre establecidas y nos atrevemos a vivir
desde el alma y por eso nos privamos de emociones, sensaciones,
experiencias y de muchas alegrías y sonrisas por llevar una existencia
en donde son los demás –el sistema o ego– quien decide como debemos
vivir, pagando muchas veces el precio de la infelicidad por no
atrevernos a ir por los caminos hacia los que el corazón –Alma– nos
susurran.
A veces el miedo a morir es porque intuimos –el alma siempre
sabe– que aún no hemos cumplido mucho de lo que nos propusimos al venir a
la Tierra, y lo que es más: aún no hemos cumplido el contrato, ese que
firmamos antes de nacer en donde sabíamos que naceríamos para llevar a
cabo una misión. Recordar la misión nos lleva gran parte de la vida y
realizarla es siempre una decisión. Así como en este viaje terrenal
muchas veces nos comprometemos a hacer cosas que luego olvidamos y otras
nos sentimos incapaces de realizar, en el plano energético sentimos el
impulso de realizar tareas que nos ayudan a evolucionar, pero una vez
encarnados nos falta coraje o decisión para hacerlo. Tenemos libre
albedrío y nada puede obligarnos a cumplir, pero es como si perdiéramos
una encarnación. Siempre se aprende, pero no consumar lo pactado nos
hace sentir gran insatisfacción.
El verdadero enemigo nuestro no es la muerte sino el apego, ese
sentimiento que nos impide liberar y dejar partir a nuestros seres
amados. Nos aferramos a ellos, a sus recuerdo y los mantenemos atrapados
en este plano impidiéndoles elevarse y ellos, al ver o sentir nuestro
dolor, se quedan acompañándonos, alimentándose de nuestras energías. Es
imposible no recordar a los que han partido, pero es distinto evocarlos
con alegría, con gratitud a recordarlos con lágrimas y dolor porque eso
los mantiene sufrientes y encadenados a este plano.
Hay que darse permiso para hacer el duelo. No somos seres
iluminados, no hemos trascendido del todo los apegos ni el sufrimiento y
podemos llorar por la partida de alguien que amamos. Pero si tenemos la
certeza de que sigue habitando en otro plano, es como si se hubiese
marchado a otro país, muy lejos donde no podemos verle pero el lazo de
amor sigue vivo y mantenemos la convicción de que algún día podremos
volver a abrazarlo…
Si miramos los campos repletos de flores en primavera y desnudos
en otoño podemos entender el ciclo eterno de la vida y el morir.
Para poder disfrutar de esos campos bordados de flores antes tuvo
que haber una muerte. Murió la flor y dejó su semilla… muere la semilla
para dar paso al flor y así, con cada ciclo, se va formando la espiral
de vida…
La muerte siempre viene a recordarnos que somos simples pasajeros
de esta vida… que estamos de paso y sería bueno empezar a hacer
consciente que tarde o temprano partiremos dejando atrás solo un
recuerdo… y de lo que estamos haciendo hoy depende que ese recuerdo sea
grato o ingrato.
En Amor y Conciencia.
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