martes, 19 de julio de 2016

El cambio está en marcha: cada vez más sanos


Recientemente, el periódico The New York Times anunciaba un “seísmo” en los hábitos alimenticios de los ciudadanos.

La venta de refrescos ha caído en un 25% desde 1998, que han sido sustituidos principalmente por agua.

Las ventas de zumos de naranja envasados también se han derrumbado hasta un 45% en el mismo periodo. Aunque durante mucho tiempo se promocionó como un elemento esencial de un desayuno sano, hoy en día la gente sabe que se trata de una bomba de azúcar que nada tiene de saludable.

Las ventas de cereales para el desayuno, igualmente de alto contenido en azúcar, han bajado un 25% desde el año 2000, reemplazados por el yogur y el muesli.

Las comidas a base de congelados cayeron un 12% entre 2007 y 2013, y la facturación media de los establecimientos McDonald’s se ha sumido en una espiral a la baja en los últimos años.

Todas estas cifras se corresponden con la evolución de los hábitos alimenticios y de consumo en Estados Unidos, pero sabemos que la tendencia es similar en Europa.

La industria agroalimentaria tiembla: toca reformarse si no quiere desaparecer

Según una encuesta reciente, el 42% de los jóvenes consumidores de entre 20 y 37 años han perdido la confianza en las grandes firmas agroalimentarias, contra únicamente el 18% entre el resto de la población.

Para muchas personas los productos industriales, empaquetados y de larga conservación se han convertido en sinónimo de comida basura, con azúcares añadidos, grasas cocinadas de mala calidad y aditivos de todo tipo. ¡Ya era hora!

El resultado es que las grandes firmas agroalimentarias se ven obligadas a reformular sus prácticas para sobrevivir. Hace sólo unos días el diario Expansión publicaba el nombre de varios fabricantes de comida preparada y chocolatinas que han decidido recomendar el consumo de sus productos únicamente de forma ocasional y en el marco de una dieta completa y saludable, una práctica cada vez más repetida en el sector. (2)

En ese sentido, el artículo de The New York Times ya apuntaba que “la única esperanza que tienen de sobrevivir las históricas firmas agroalimentarias pasa por realizar audaces cambios en los productos que suponen su actividad principal. Tendrán que reducir de forma muy notable su contenido en azúcar, pasarse a la venta de productos locales y orgánicos, integrar más legumbres, frutas y alimentos sanos, crear nuevos productos frescos…”.

El resultado de este cambio de mentalidad entre los consumidores también tiene consecuencias visibles en los supermercados. Estos ya se han visto obligados a ampliar sus secciones de productos frescos, cuyas ventas han aumentado un 30% desde 2009. El consumo de frutas y verduras crudas ha aumentado en un 10% en los 5 últimos años.

Los establecimientos “bio”, en auge en España

España vive en los últimos años un verdadero auge de establecimientos “eco”. Cada vez es más común leer en revistas y páginas especializadas recomendaciones de restaurantes “bio” que acaban de abrir sus puertas, y los supermercados ecológicos hace ya tiempo que han dejado de ser una excepción. La oferta de productos ecológicos en estas superficies es ya prácticamente equiparable a la de los tradicionales, y todo parece indicar que el sector va a seguir creciendo.

Esta tendencia ya ha supuesto toda una revolución en países como Estados Unidos (con un 26% de consumo ecológico) y Alemania (13%). Y aunque en España el consumo “bio” se situaba en torno al 1% en 2015, la alimentación ecológica y sostenible “va a más, y en los próximos años veremos abrir este tipo de comercios por todas partes”, vaticina Ángeles Parra, directora de la feria de productos ecológicos y consumo responsable BioCultura.

Pero la apuesta por este “consumo limpio” supone más que llenar la despensa con unos alimentos y no con otros; es un nuevo modo de vida.

Así, en algunos de estos establecimientos “eco” se invita a los consumidores a acudir con sus propios botes, bolsas y cestas. La ventaja de comprar a granel es que permite comprar únicamente la cantidad deseada, evitando el sobreconsumo. Además, los productos están a la vista y no representados por una fotografía, apetecible pero probablemente falsa. Con ello también se evita el consumo impulsivo que tan inteligentemente explotan los expertos en packaging. Por último, con la compra a granel se reduce la cantidad de residuos que generamos y los mismos productos nos cuestan entre un 15 y un 20% menos.

España, la mayor huerta ecológica de Europa

España es la huerta ecológica de Europa. El aumento en la demanda de productos orgánicos o “bio” ha llevado a duplicar la superficie destinada a estos cultivos en todo el continente en los últimos años, y España va en cabeza como el país en el que más ha crecido el volumen de la agricultura ecológica entre los años 2000 y 2013.

Así, el nuestro es el país con mayor superficie de cultivo biológico de toda Europa, tras haberla multiplicado por 4,2 durante ese período hasta los 1,6 millones de hectáreas (el 16% de la superficie europea total destinada a la agricultura “eco”). Nos sigue Italia con un 13% y Francia y Alemania, ambos con un 10%. (4)



Hasta el año 2.011 se han incluido en los totales el apartado “6 Otras superficies”. A partir del año 2012 se excluyen de los totales este apartado para homologarlo con los datos de Eurostat.
Nota: según la definición de Eurostat en el apartado “6 Otras superficies (Cultivos específicos)” se incluyen las superficies correspondientes a: Terreno forestal y plantas silvestres (sin uso ganadero), Rosa de Damasco, Árboles de navidad, y Otras superficies no incluidas en ningún otro lugar.


Por supuesto, el “boom” del consumo ecológico también se refleja en las estadísticas sobre salud: hoy en día los españoles consumen hasta un 13% menos de calorías diarias que hace 40 años, aunque eso no significa que no exista un problema de sobrepeso y obesidad en nuestro país.

Hemos ganado una batalla, pero no la guerra

De cualquier modo, es demasiado pronto para cantar victoria. Hemos ganado una batalla, pero no la guerra.

Personalmente, sigo asustándome cuando veo lo que la gente coloca en la cinta de la caja registradora del supermercado (las raras ocasiones en las que me dejo ver en uno de ellos).

Mientras yo voy cargado con huevos “bio”, ajo, coles, puerros, aceitunas, sardinas, feta, vinagre de manzana, ensalada, manzanas, almendras y chocolate negro, veo que me rodean carritos llenos de bolsas multicolores de galletas, aperitivos, caramelos, yogures de frutas, latas de todo tipo, fritos y pizzas congeladas y cremas para untar.

Sin duda, la gente consume más productos frescos y “bio” que hace 10 años, pero lo cierto es que partíamos de un nivel demasiado bajo y todavía queda mucho por hacer.

Cada vez que les veo tengo ganas de invitarles a compartir una comida conmigo, para que vean con sus propios ojos lo agradable que resulta comer productos frescos y enteros, que no son más caros ni lleva más tiempo prepararlos y que sí son buenos para su salud.

Pero hay demasiados prejuicios sobre la comida que todavía siguen presentes. Incluso entre las personas que tratan de alimentarse bien, el resultado muchas veces se ve mitigado, por no decir anulado por completo, por culpa de ideas preconcebidas.

La huella de décadas de acoso publicitario

Cité anteriormente a aquellas personas que creen que comen mejor por haber sustituido sus cereales para el desayuno por yogur con muesli. Ese es un paso en la buena dirección, pero no es más que un pequeño paso. En el muesli y el yogur hay todavía demasiados glúcidos e insuficientes proteínas, grasas buenas, vitaminas y oligoelementos.

Lo mismo pasa con los snacks: creemos que hacemos bien cuando abandonamos las chocolatinas y elegimos las barritas de cereales “dietéticas”. Pero desgraciadamente, por muy “dietéticas” que sean, siguen siendo una bomba de azúcar. Se componen de cereales tostados, inflados, a veces unidos por jarabe… ¡y su índice glucémico es máximo!

Un buen tentempié es un puñado de nueces, avellanas, almendras, una manzana o unas aceitunas, o incluso medio aguacate con un poco de zumo de limón o un huevo duro. Pero, por favor, ¡nada de barras de cereales azucaradas!


¿Cuánto tiempo hace falta todavía para que estas ideas tan simples calen en la mayoría de los consumidores? ¿10 años? ¿20?

Y no se confunda: al hacer esta recomendación está ayudando a los demás y nos ayuda a nosotros, pero también se ayuda a usted mismo.

Todavía no podemos ver el final de este largo proceso, pero a fuerza de avanzar colectivamente y de cambiar nuestros hábitos alimenticios, terminaremos obligando al sector de la industria agroalimentaria a reformarse.

El movimiento ya está en marcha, y puede que nuestra contribución colectiva al bien público y a la calidad de vida de las futuras generaciones sea inmensa.

¡A su salud!

Juan-M. Dupuis 

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