martes, 1 de marzo de 2016

Seis pautas de alimentación que sí funcionan (para poner en práctica este mismo año)

A mí me gustan los buenos propósitos, lo reconozco. 

Claro que no los del tipo "apuntarme al gimnasio-aprender inglés-adelgazar-dejar de fumar". Y no porque no sean unos buenos objetivos en sí mismos, sino porque así planteados son tan buenos como efímeros y, con el paso de los días, se disolverán como azucarillos en agua.
Y cuando llegue 2016 a su fin, quien así se los planteó probablemente estará en el mismo punto en su nivel de forma física, conocimiento de idiomas, peso y consumo de tabaco. Y, lo que es peor, con una aguda sensación de fracaso, pues no logró nada de lo que se había planteado como prioritario.
Plantearse buenos propósitos es innegablemente positivo, pues quien lo hace demuestra que quiere avanzar, que es consciente de que hay aspectos mejorables y que su máxima ambición no es quedarse como está, sino mejorar su vida, avanzar y progresar.
Mi consejo al plantearse propósitos es que éstos sean lo suficientemente ambiciosos como para lograr cambios sustanciales en la vida, pero que a la vez sean metas alcanzables y realistas. Y que vayan acompañados de un plan de acción.
Si uno se plantea como propósito llegar al verano con un cuerpo de top model, está claro que eso no es un propósito, sino un deseo o un sueño, casi tanto como si se hubiera marcado como propósito que le toque la lotería. 


Los propósitos que funcionan, además de realistas y alcanzables, exigen un compromiso con uno mismo para lograrlos. Y ese compromiso no se alcanza con un simple deseo, sino que hace falta una gran motivación para ser capaces de cumplir con nosotros mismos. Hace falta que por dentro, en nuestro interior, haya habido un trabajo de fondo que ponga a todo nuestro ser, a nuestra voluntad, a trabajar para alcanzarlo. 

Pautas de alimentación que sí funcionan

Imagine que yo le digo de pronto a alguien que no me conoce de nada que lo que puede hacer por su salud en este año que comienza, mucho más eficaz que cualquier otra cosa que se plantee, es un plan de acción que consista en: 
  1. Rebajar drásticamente su consumo de azúcar y de hidratos de carbono (incluidos los complejos, como los cereales integrales).
  2. Incrementar su consumo de alimentos crudos de calidad. 
  3. Evitar los refrescos. 
  4. Dejar de consumir productos industriales.
  5. Perder el miedo a las grasas saturadas "buenas".
  6. Aumentar el uso de hierbas y especias en la cocina. 
Puede que a ese alguien no le suene a "buen propósito". E incluso puede que le parezca poca cosa.
Pero además ni siquiera lo cumplirá, pues no entenderá las razones de fondo que hay en cada uno de esos puntos... y acabará volviéndose a echar tres cucharillas de azúcar en el café del desayuno, a comer hidratos sin límite (pensando además que son buenos) y a no limitar el consumo de refrescos, bollería y productos industriales (creyendo, además, que si son light son sanos).
Sin embargo, quien me lee desde hace tiempo sabe que en esas pautas anteriores se concentran algunas de las claves de la buena salud y que, si se incorporan a los hábitos de alimentación, logran por sí mismas, casi sin hacer nada más, que quien las lleva a la práctica mantenga un peso óptimo y se encuentre francamente mejor. Por lo tanto, los pondrá en marcha íntimamente convencido de sus beneficios. 

El convencimiento interno, la verdadera palanca del cambio

Mejorar la alimentación es uno de los objetivos más frecuentes año tras año (como aprender inglés o apuntarse al gimnasio...).
Y más cuando acabamos de salir de unas fechas en las que tradicionalmente se tienden a cometer excesos con la comida (muchas veces acallando al Pepito Grillo que llevamos dentro con la promesa de que a partirdel 1 de enero nos alimentaremos mejor).
De hecho, según un estudio hecho público en plena Navidad basado en los datos de una muestra de 200.000 personas recogidos a lo largo de cinco años, los españoles ganan cada Navidad entre dos y cinco kilos de media (1,8 kilos las mujeres y ¡4,3 los hombres!). (1)
La culpa la tienen los compromisos (con una agenda llena de comidas concentradas en unos pocos días), la gastronomía típicamente navideña (mucho más calórica de lo habitual) y el alcohol (con muchas calorías y pocos elementos nutritivos). 

Perder el exceso de peso y alimentarse mejor son buenos objetivos (más que buenos: esenciales) y, sin embargo, en tantísimos casos abocado también al fracaso. Y es que para muchos suele surgir como reacción a los desbarajustes y excesos del último tramo del año, y por eso se obligan a tomar insípidas comidas e insulsas ensaladas, un programa imposible de mantener y que al poco tiempo acaba terminando en un rotundo fracaso. .
Porque salvo contadas excepciones, los cambios que perduran en la vida son fruto de ideas y conocimientos a los que nos hemos expuesto una y otra vez, ideas que han calado en nuestro interior, que nos han convencido no en un instante, sino en nuestro yo más profundo.
Cuando uno se enfrenta a una idea nueva, a una nueva oportunidad, por mucho entusiasmo que crea tener, ese entusiasmo será más débil al día siguiente, más aún el día de después, y acabará muy probablemente por desaparecer tras unos días o semanas. Es pura psicología.
Por el contrario, quienes de verdad cambian y se mantienen firmes en sus propósitos son quienes se han empapado intensamente y a lo largo de un cierto tiempo de los hechos que demuestran que es necesario cambiar. Y es que el trabajo se hace en el subconsciente.  Si en nuestra alimentación nos atiborramos de productos industriales, de aditivos químicos, de alimentos para los que nuestro organismo no está preparado, de productos indigestos... es inevitable que desarrollemos intolerancias, desajustes, carencias... 
Las plagas de obesidad, de alzhéimer, de problemas digestivos, de diabetes, de alergias y de cáncer, entre otras, no son fruto de la casualidad. Y es absurdo que luego pretendamos que se solucionen a base de fármacos y más fármacos. Lo prueba el hecho de que pese a que la industria farmacéutica está supuestamente realizando más avances que nunca, los grandes males en cuanto a salud siguen campando a sus anchas entre las poblaciones más avanzadas.
¿No sería lógico que cada uno de nosotros, en nuestra casa, proporcione a su organismo los nutrientes que necesita (y deje de darle lo que le perjudica)? ¿No es más razonable adoptar desde el convencimiento hábitos de vida en coherencia con el bienestar de nuestro cuerpo? ¿No es mejor contar con la información -basada en hechos científicos y contada desde la independencia- que nos permite tomar las decisiones adecuadas respecto a nuestra salud?
¡A su salud!
Juan-M. Dupuis 

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