Un niño puede ser feliz sin ninguna razón en particular. Con el tiempo, sin embargo, la felicidad se torna dependiente de la satisfacción de nuestros deseos. Olvidamos el amor que es intrínseco al alma y comenzamos a buscar en el exterior. Finalmente, nuestra capacidad de experimentar paz, felicidad y amor, se rinde a la estabilidad de las circunstancias y relaciones externas.
Cuando nacemos, nuestro estado de ánimo es lo que podría referirse como conciencia del alma, es inocente y a la vez ignorante del mundo. Con el tiempo, el alma va engañándose a medida que desarrolla lo que puede denominarse como conciencia del cuerpo, además del ego. Cuando esto sucede, nos hacemos dependientes de la salud, la riqueza, la posición social y las relaciones, a fin de sentirnos amados, valorados y seguros. Dado que esto va cambiando y está sujeto a fluctuaciones, entonces también nuestra paz, felicidad y alegría se someten a un constante estado de amenaza.
A fin de detener la inseguridad, desarrollamos atributos negativos, tales como la codicia, el sentido de la posesión, y el enojo, los cuales, o nos sustentan o nos hacen sentir más controladores de nuestro mundo. Sin embargo, cuando nos fallan y perdemos el control de nuestras circunstancias, podemos volvernos ansiosos, nerviosos, desesperados o deprimidos. Todo esto representa la conciencia corporal, que es como un velo que tapa la verdadera identidad original del alma.
No obstante, la paz, el amor y la pureza, la franqueza, confianza e inocencia de nuestra naturaleza original (nuestra conciencia del alma), no se han perdido. Es la verdad oculta que yace dentro.
B. Kumaris
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