Sin
duda, una de las peores caras de la artritis es el dolor. Se introduce en la
persona que padece la enfermedad como un ruido de fondo difícil de callar.
Limita sus habilidades para la vida diaria, llegando a producir discapacidad
tanto en el ámbito personal como en el profesional.
Además, la relación entre el daño físico que experimenta una persona con esta enfermedad y su percepción de este no es directa y proporcional. Pensemos por un instante en lo siguiente: ¿Te dolería igual un corte profundo en la pierna en una situación de vida o muerte (quedarte atrapado en un incendio si no te mueves), que si ese corte ocurriese en tu casa mientras reparas un mueble con tu pareja? Evidentemente no. En el primer caso, el instinto de supervivencia activaría los mecanismos necesarios para movilizarte y casi no serías consciente del dolor mientras escapas. En cambio, en el segundo caso, como no hay ningún “motivo o función” superior, el dolor probablemente te bloquearía.
Por esta razón, sabemos que tras el complejo entramado neurofisiológico que rodea la experiencia del dolor se encuentran procesos psicológicos subyacentes que modulan en gran medida el resultado final de lo que percibimos. Dentro de estos factores, toman el papel protagonista las emociones negativas. Veamos porqué.
Las emociones negativas: tu peor enemigo
La tristeza. Produce cambios fisiológicos que hacen que disminuya nuestro umbral del dolor o, lo que es lo mismo, que aumente nuestra sensibilidad para sentir el daño.
La ansiedad. Aumenta la tensión muscular, lo cual agrava los síntomas en la musculatura específica del trastorno. Al mismo tiempo, produce catecolaminas que estimulan los receptores del dolor (nociceptores). La ira (expresión externa de la ansiedad) disminuye la efectividad de los analgésicos.
Además, estos estados emocionales focalizan constantemente la atención en el dolor, a la vez que promueven interpretaciones amenazantes y catastrofistas. Por si esto fuera poco, también se produce un deterioro en las relaciones interpersonales, lo cual nos despoja de más recursos y apoyo.
El resultado es, por tanto, una mayor experiencia del dolor. Actuar para conseguir el bienestar emocional supone un gran reto al que debemos enfrentarnos. ¿Estás preparado para coger las riendas de tu enfermedad?
1. No luches en vano. Acepta tu nuevo yo
El primer paso para aprender a convivir con situaciones desagradables es hacerles un hueco en tu vida, aceptar que forman parte de ti. Crear una guerra con el fin de evitar lo inevitable, no solo no te aportará la solución, sino que hará que el problema crezca.
Se trata de un proceso doloroso, pues no es fácil deshacerse de lo que uno pierde al aceptar el dolor como parte de su vida, pero ten por seguro que mucho peor es negar lo evidente y quedar inmune ante todo lo bueno que te rodea.
2. Adapta tu estilo de vida. Plantea tus nuevos límites
Cuánto más sepas sobre la naturaleza y los mecanismos que conforman la artritis, más aumentará tu margen de maniobra para cambiar hábitos en tu estilo de vida que se adapten a tus nuevas necesidades.
Se trata de hacer una reforma en “tu casa” que te permita estar cómodo aceptando tus nuevas limitaciones, sin por ello renunciar a tus metas y sueños.
3. Busca apoyo social
Rodearse de personas positivas y llenas de energía refuerza el sistema de defensas psicológico y es uno de los mejores salvavidas ante las recaídas.
4. Toma la medicación y realiza los ejercicios prescritos
Los fármacos y la rehabilitación suponen la base para frenar tu deterioro. Aunque sientas desesperanza al ver que no consiguen eliminar de raíz el dolor, es importante que mantengas a rajatabla las prescripciones médicas.
5. Realiza ejercicios de relajación
Te ayudarán a potenciar los mecanismos de habituación que hacen que disminuya tu percepción del dolor, ya que aprenderás a generar tus dosis de analgesia natural. Busca en tu especialista asesoramiento sobre cómo realizarlos de manera correcta y enfocada en tu problema.
En definitiva, se trata de aceptar el dolor como tu compañero de viaje y aprender a convivir con él. Porque, como dijo Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco, cuando no podemos cambiar la situación a la que nos enfrentamos, el reto es conseguir cambiarnos a nosotros mismos.
Además, la relación entre el daño físico que experimenta una persona con esta enfermedad y su percepción de este no es directa y proporcional. Pensemos por un instante en lo siguiente: ¿Te dolería igual un corte profundo en la pierna en una situación de vida o muerte (quedarte atrapado en un incendio si no te mueves), que si ese corte ocurriese en tu casa mientras reparas un mueble con tu pareja? Evidentemente no. En el primer caso, el instinto de supervivencia activaría los mecanismos necesarios para movilizarte y casi no serías consciente del dolor mientras escapas. En cambio, en el segundo caso, como no hay ningún “motivo o función” superior, el dolor probablemente te bloquearía.
Por esta razón, sabemos que tras el complejo entramado neurofisiológico que rodea la experiencia del dolor se encuentran procesos psicológicos subyacentes que modulan en gran medida el resultado final de lo que percibimos. Dentro de estos factores, toman el papel protagonista las emociones negativas. Veamos porqué.
Las emociones negativas: tu peor enemigo
La tristeza. Produce cambios fisiológicos que hacen que disminuya nuestro umbral del dolor o, lo que es lo mismo, que aumente nuestra sensibilidad para sentir el daño.
La ansiedad. Aumenta la tensión muscular, lo cual agrava los síntomas en la musculatura específica del trastorno. Al mismo tiempo, produce catecolaminas que estimulan los receptores del dolor (nociceptores). La ira (expresión externa de la ansiedad) disminuye la efectividad de los analgésicos.
Además, estos estados emocionales focalizan constantemente la atención en el dolor, a la vez que promueven interpretaciones amenazantes y catastrofistas. Por si esto fuera poco, también se produce un deterioro en las relaciones interpersonales, lo cual nos despoja de más recursos y apoyo.
El resultado es, por tanto, una mayor experiencia del dolor. Actuar para conseguir el bienestar emocional supone un gran reto al que debemos enfrentarnos. ¿Estás preparado para coger las riendas de tu enfermedad?
1. No luches en vano. Acepta tu nuevo yo
El primer paso para aprender a convivir con situaciones desagradables es hacerles un hueco en tu vida, aceptar que forman parte de ti. Crear una guerra con el fin de evitar lo inevitable, no solo no te aportará la solución, sino que hará que el problema crezca.
Se trata de un proceso doloroso, pues no es fácil deshacerse de lo que uno pierde al aceptar el dolor como parte de su vida, pero ten por seguro que mucho peor es negar lo evidente y quedar inmune ante todo lo bueno que te rodea.
2. Adapta tu estilo de vida. Plantea tus nuevos límites
Cuánto más sepas sobre la naturaleza y los mecanismos que conforman la artritis, más aumentará tu margen de maniobra para cambiar hábitos en tu estilo de vida que se adapten a tus nuevas necesidades.
Se trata de hacer una reforma en “tu casa” que te permita estar cómodo aceptando tus nuevas limitaciones, sin por ello renunciar a tus metas y sueños.
3. Busca apoyo social
Rodearse de personas positivas y llenas de energía refuerza el sistema de defensas psicológico y es uno de los mejores salvavidas ante las recaídas.
4. Toma la medicación y realiza los ejercicios prescritos
Los fármacos y la rehabilitación suponen la base para frenar tu deterioro. Aunque sientas desesperanza al ver que no consiguen eliminar de raíz el dolor, es importante que mantengas a rajatabla las prescripciones médicas.
5. Realiza ejercicios de relajación
Te ayudarán a potenciar los mecanismos de habituación que hacen que disminuya tu percepción del dolor, ya que aprenderás a generar tus dosis de analgesia natural. Busca en tu especialista asesoramiento sobre cómo realizarlos de manera correcta y enfocada en tu problema.
En definitiva, se trata de aceptar el dolor como tu compañero de viaje y aprender a convivir con él. Porque, como dijo Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco, cuando no podemos cambiar la situación a la que nos enfrentamos, el reto es conseguir cambiarnos a nosotros mismos.
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